En
otros tiempos, el entorno urbano estaba mucho más lleno de basura
que hoy, y la gente convivía con ella sin percatarse de su presencia
ubicua. No existían o no se usaban las papeleras y tampoco los
contenedores, y se tiraban a la acera sin ningún rubor desde
cáscaras de plátano hasta envoltorios de helados (por alguna razón
extraña, las colillas de cigarro siguen teniendo "bula"
para ser arrojadas sin rubor) . Los dueños de mascotas no recogían
sus excrementos. Muchas personas orinaban o defecaban en la calle.
Etc. Quienes se quejaban de esos comportamientos y luchaban por
erradicarlos eran vistas como "señoritingos" o "raritos"
excesivamente quisquillosos. Lo mismo pasaba con la propia higiene
personal.
Poco
a poco la sociedad se fue concienciando y ahora a todos nos parece
normal ducharnos a diario o lavarnos los dientes. De la misma manera,
usamos las papeleras o recogemos los excrementos de nuestras
mascotas. Desde luego que siguen existiendo personas que no cuidan su
higiene personal o que ensucian los espacios públicos incívicamente,
pero esos son los ahora mal vistos por la sociedad.
Queda
por cambiar la actitud hacia la "basura sonora", o sea,
hacia el ruido. Una forma de contaminación que, por ser ubicua, no
es percibida por muchas personas. Quienes no están dispuestos a
tolerar ruido innecesario son vistos ahora de la misma manera que lo
eran en otros tiempos quienes no estaban dispuestos a tolerar basura
innecesariamente: raritos , señoritingos, quisquillosos.
Luchar
contra el ruido es luchar por ampliar el concepto de higiene hacia la
"higiene mental".
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