martes, 24 de febrero de 2015

¿QUIERE APAGAR ESE ALTAVOZ PARA ATENDERME COMO ES DEBIDO, POR FAVOR?

 Hace años,  entrábamos en una tienda y lo que se oía era una campanita tras la puerta que anunciaba nuestra llegada. El dependiente nos preguntaba qué deseabamos, lo pagábamos , y nos marchábamos tras haber haber adquirido exactamente lo que necesitábamos. En el caso de que ese dependiente estuviese escuchando la radio, la apagaba por respeto para atendernos. Obviamente, no pueden hacerse dos cosas al mismo tiempo, escuchar la radio y atender a un cliente.
 En la actualidad, con independencia de lo que necesitemos comprar, se nos obliga a soportar altavoces ambientales desde el momento en que entramos en la tienda, habitualmente con ruido musical que no tenemos por qué desear escuchar. Si vamos, por ejemplo, a una panadería es porque necesitamos pan, no música. Que se nos obligue a escuchar música para comprar  pan es tan absurdo como si se nos obligase a comer  pan para comprar un disco. Los contenidos de audio son productos comerciales de naturaleza diferente. Se nos ofrece como "oferta", pero una oferta sólo es tal si se respeta nuestra opción a su rechazo. En caso contrario es una imposición. Algo así como si nos regalasen  un pincho al pedir un vino, pero para beber el vino nos obligasen a comer el pincho. De haber querido escuchar música, habríamos entrado en la tienda con nuestros propios auriculares. Y lógicamente los habríamos quitado por respeto al tratar con el dependiente. Cada cosa en su momento.
 El tener que pagar esa especie de "peaje mental", teniendo que "comulgar"  el "producto sagrado" del ruido musical es una especie de "impuesto en neuronas". Tenemos que salir de la tienda no sólo con aquello que íbamos a buscar, sino con una "ración" de ruido musical en nuestro cerebro que no íbamos a buscar. Como esa situación se repite continuamente, al cabo del año habremos consumido una enorme cantidad de contenidos no deseados que habrán alterado nuestro cerebro y nuestra mente de una manera que no hemos escogido, además de influir en nuestro cuerpo por los efectos acumulativos de la contaminación acústica.
 Es hora de empezar a protestar, y de reclamar la posibilidad de poder comprar exactamente aquello que necesitamos sin vernos sometidos al chantaje de tener que pasar por el aro de consumir algo que no guarda relación. El que calla otorga, por ello hay que dejar de callar. Dar a conocer nuestra molestia y hacerla constar, por ejemplo, en los formularios de quejas.
  Si entramos , por ejemplo, en una panadería con ruido musical  podemos dirigirnos al empleado en el volumen de voz que usaríamos si ese ruido no estuviese encendido. Nos dirá que hablemos más alto para poder oírnos. Le diremos: "Yo no tengo por qué hablar más alto sólo para superar el volumen de una música inútil e innecesaria para que usted pueda venderme el pan que necesito. El producto para cuya venta está este negocio dado de alta fiscalmente. Imagino que este negocio no tiene licencia de discoteca. El cartel de la entrada dice "panadería", no "discoteca". Apague ese altavoz para atenderme como es debido, por favor. Escuchar  música es necesario para bailar, pero no  para comprar o vender pan".

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